Dormir.

En BA me alojo en un albergue (u hostel, como les gusta a ellos decir) que se llama Portal del sur. Esto de los albergues es un fenomeno relativamente nuevo (al menos para mi) y que tiene su gracia. Dentro de unos dias, cuando haya visitado unos cuantos por America Latina, escribiré un post con mas conocimiento de causa.

El albergue este está situado en un antiguo edificio. Tiene muchas habitaciones, ocupadas en su mayoria por chicos muy jovenes aunque hay gente de mas edad y hasta un señor y una señora de unos noventa años. Casi todos son extranjeros, europeos y americanos en su mayoria. Muchos de ellos son mochileros que recorren sudamerica entre dos y diez meses. Comparto un dormitorio de seis literas con un aleman que se llama Christian.  Esta mañana, cuando me desperté, habian aparecido sobre las otras dos literas una chica y un judio con kipa.

Pago doce euros la noche, y todo es de mi agrado, salvo las sabanas, que estan tan raidas que no se sabe si son de algodon o franela o que material. Por la mañána me despierto con ciertos picores que no se si tienen origen psicologico o epidemiológico. No para todos los gustos, amigos. En cualquier caso el aliciente del hostel es mas que ahorrar dinero durmiendo por poco o preparando tu propia comida. Los dormitorios y las zonas comunes obligan a los huespedes a una convivencia inevitable. Las reuniones en la terraza dan mucho de si, pues todo el mundo tiene historias que contar y el humor del viaje liviano se contagia. El negocio para el sitio está obviamente en el bar, porque la gente se gasta en cervezas lo que ahorran en ir a un hotel convencional, y mucho mas.

Organizan un asado y conozco a dos chicas alemanas y a una francesa que terminan su periplo latinoamericano, y a un navarro que empieza el suyo. Las chicas cuentan que llevan cinco y siete meses recorriendo esto y que les ha resultado insuficiente, y comienzo a pensar que mis planes tal vez son apresurados. Por lo demás, todas estan encantadas y afirman no haber tenido el mas mínimo problema. Siempre me fascina la normalidad con la que las muchachas europeas se mueven por el mundo. Supongo que para estas vikingas el navegar es tan natural como para las arabes es el enclaustramiento, y no se trata de comparar, claro, pero que quieren ustedes que les diga.

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